Matrimonios sin mater


Por: Fancisco Solís




Cotidianamente nos hacemos preguntas, prácticamente desde que empezamos a hablar y hasta el fin de nuestros días estamos en un continuo preguntarnos. En cierta forma lo que nos hace humanos es justamente ser curiosos.

No obstante no todas nuestras dudas y su correspondiente expresión en preguntas son del mismo tipo, podemos distinguir tres niveles en la profundidad de las cuestiones que nos planteamos.

Las primeras son de tipo operativo, tienden a resolver un problema concreto, así pues tenemos hambre y nos preguntamos qué puedo comer, evidentemente que una pregunta nos conduce necesariamente a otras más, así por ejemplo, para qué me alcanza, qué está más cerca. Lo mismo sucede con el resto de las preguntas operativas.

Un segundo nivel de preguntas comprenden aquellas dudas que surgen más de nuestra curiosidad natural que de la búsqueda por resolver problemas prácticos, me refiero a cuando nos preguntamos sobre deportes ¿renunciará el Chelis? ¿se retirará el Temoc? ¿llegará Pumas a la Final? o del la farándula, ¿se divorciaran tal pareja? ¿se habrá operado tal cantante? etc. Decía un sabio profesor de la escuela de Filosofía que el hombre es un animal “Raro y preguntón”


Hay un tercer nivel de preguntas, son aquellas que Gabriel Marcel, filosofo francés de fines del siglo pasado, denominó Misterio, no por que oculten un secreto o porque sean por si mismas inaccesibles, sino porque pertenecen al tipo de preguntas cuya respuesta modifica significativamente nuestro modo de ser y hacer como individuos, son dudas que se arraigan en
nuestra existencia y ocupan un lugar central en nuestros pensamientos ¿Soy un buen padre? ¿debo terminar esta relación? o ¿conviene darnos otra oportunidad? ¿existe vida después de la muerte? ¿estoy haciendo lo correcto?

Este tipo de preguntas involucran nuestra identidad personal, son las denominadas preguntas existenciales.

En este contexto las pasadas y controversiales declaraciones el Cardenal Sandoval Iñiguez pone sobre la mesa una de las preguntas que como sociedad es necesario plantearnos y responder. Parafraseando al citado prelado es necesario que todos los miembros de la sociedad mexicana
pensemos si nos gustaría o mejor aun queremos este cambio en la institución de la familia.

La familia ha existido mucho antes que los magistrados, la división de poderes e incluso es anterior que el estado mismo, pretender cambiar la estructura misma de esta institución no es algo que puedan decidir una docena de personas. Hay que recordar que un principio de la democracia es justamente que nosotros (pueblo) somos más que el estado.

Lo peor que nos puede pasar como sociedad es que la modificación de las leyes traiga consigo cambios en las estructuras sociales con la silenciosa complicidad de nuestra indiferencia.






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